Oda a La Abadía

Queridísimas todas (y todos), muy feliz año nuevo!

Yo tenía muy buenas expectativas para este 2008 pero no ha empezado muy bien el cabrón con el cierre de la Abadía.Y que vamos a hacer ahora la Pequeña Silvi y yo?

Me dieron ganas de terminar noche vieja arrojándome al Ebro desde el puente de piedra, pero luego pensé que el agua estaría muy fría y se me encogería la cola y sería muy triste morir con la cola chiquitina y arrugadita, así que dejé lo del suicidio para el veranito.
La verdad es que la despedida de la Abadía fue apoteósica. A las 8 de la mañana con la persiana bajada bebiendo cerveza con las hermanas de Jorge que lloraban emocionadas por el cierre y cuatro borrachos más (en los que nos incluimos Pequeña Silvi y yo). Se vivieron momentos de gran emoción.

Mis intentos de ligue siguieron siendo un fracaso, aunque mejoraron un poco.
Después de hablar y bailar un poco con una moza de buen ver, la Pequeña Silvi me dio el siguiente consejo:
- Cogela por la cintura y si no se revuelve es tuya.

Yo hice exactamente eso. Pasé mi fornido brazo por su delicada cadera y la chica no ofreció ninguna resistencia a ello. Miré a la Pequeña Silvi con una sonrisa de triunfo en mi cara. Dos minutos más tarde era ella la que rodeaba la cintura de la chica para acompañarla al baño a echar toda la cena de fin de año.
Primer fracaso de la noche.

Después de eso centré mi atención en intentar romper el mito de que las camareras son intocables. Ya había cruzado algunas palabras con ella a lo largo de la noche y parecía que el objetivo podía ser alcanzado. Dejamos a Jorge en la abadía con su novia para que echasen un último polvo encima se despidieran a su manera de la barra que tantas cervezas ha soportado.
En la calle quedamos dos borrachillos la camarera, la Pequeña Silvi y yo. Uno de los borrachillos sugirió ir a desayunar y la Pequeña Silvi propuso ir a mi casa a comer unos huevos rotos.

Todos parecían aceptar la propuesta menos la camarera que decía que acaba de salir de trabajar y quería irse a casa. Después de insistirle un poco decidió acompañarnos, lo que animó mis expectativas de triunfo.

Llegamos a la puerta de mi casa donde la cuasi incombustible Pequeña Silvi dijo que tenía que irse que era muy tarde (o pronto, según se mire) y se fue con uno de los borrachillos (el de la camiseta de Armani, manda huevos), pero eso es otra historia. El otro borrachillo se fue también dejándome solo con la camarera. Esto va bien, pensé.
- Y ahora qué, nos vamos a desayunar o no?- dije yo.
- Yo me voy a casa - contestó - Adiós - y dando media vuelta se piró sin más.
La seguí con la mirada unos segundos para ver si se volvía o intentar ver algún gesto que que indicase que la detuviese y al no verlo me fui a dormir solo, otra vez.
Y así se demostró que el mito de que las camareras son intocables es cierto.

Dani Badil