La vuelta al hogar, después de una noche-día de farra cuasi non-stop, cena, recena, almuerzo, desayuno y comida, no tiene precio. Salir por la noche (otra vez) mano a mano con la Pequeña Silvi, sí. Un dolor de cabeza de record Guinness y un calentón que ni en las Calderas de Pedro Botero.
Y es que somos tíos. Y como tales ejercimos ayer por la noche; bebiendo Bombay, azul of course, (que una será un tío, pero con glam. Hombrepordios!) y hablando de sexo. S.E.X.O. Somos tíos y estamos malitas (pero enfermas, lo que se dice enfermas) de lo nuestro.
Chicos, que nos dimos de nuevo al 2x1 del Penta y al comentario de rigor. Los tíos no saben hacerlo. Es lo que hay.
Sólo me ha faltado un vistazo rápido a vuestros blogs y leerme el post de la Maru, con comentarios incluídos, Entre marujas anda el juego para confirmar que ni siquiera los hombres que escriben de ello saben cómo hacerlo.
Y en eso tiene razón HombreRe. Lo importante es tener curiosidad por el otro. Eso y ganas de ser el mejor amante que haya tenido tu pareja (sexual). La pena es que los hombres son tan poco curiosos que no progresan nunca en el arte de hacerte un orgasmo como dios manda.
Y parte de la culpa la tienen las mujeres. Cómo no! Que unas por conformadas, otras por desconocimiento y las más por resignación cristiana han hecho de los hombres unos vagos sexuales. Los reyes del pim-pam-pum.
En el fondo todas somos un poco Mari Puta de Calcuta. Todas colaboramos con alguna ONG: Conejeros Sin Fronteras, Anorgásmicas Unidas o el Proyecto Viagra. Todas hemos apadrinado a uno o más hombres de esos que no saben qué hacer con su herramienta. Y mucho menos con las nuestras! Esos que aunque les indiques claramente cómo encajar la pieza Stromholm en la ranura Flungern lo hacen con tan poco brío y tan poco arte, que te dan ganas de decirle: Mira, dame a mi el taladro que ya me lo hago yo solita.
Cuantos más sapos beso, más me tienta la idea de comprarme un vibrador. Pero viendo que las bolas chinas son un mito, creo que no podría soportar que los vibradores tampoco dieran de sí lo que una espera de ellos. ¿Qué nos quedará entonces a las mujeres? Está claro. Comprarnos un taladro o hacernos lesbianas.